Sin ser nativo de la Cala del Moral, sí habito en este rincón del litoral malagueño, a un tiro de honda de la capital, el tiempo suficiente como para reconocer el profundo aprecio y respeto que para los caleños de bien le merece la figura de don Antonio Estrada, su cura párroco desde hace muchos años. Aquí ejerció su sagrado ministerio hasta que le llegó la hora del bien merecido descanso, cumplida la edad que lo requería y preso ya por las garras del Parkinson que le atenazaba sin remisión. Sólo en los años finales de su estancia en la Cala pude calar en el hondo sentimiento de cariño y me atrevería a decir casi de veneración que la gente del pueblo y cuantos le conocían de cerca le tributaban.
MI condición de paseante sempiterno por las callejuelas, paseo marítimo y la misma plaza en cuyo fondo se erige la fachada de aspiraciones clasicista de la iglesia del Rosario - la obra cumbre de este sacerdote trabajador infatigable y entregado con toda la fuerza que una vocación irrenunciable es capaz de infundir en un corazón noble – me permitió seguir muchas veces sin que el se apercibiera su figura menuda en su ir y venir diario. Observaba como se paraba cada dos por tres para saludar a quienes se cruzaban en su camino, fuese quien fuese, sin distingo por razón de estatus económico o social. Adivinaba sus palabras amables –las mismas que me dedicaba en mis esporádicos encuentros con él sin apenas conocerme o solamente de vista – percibía sus gestos amistosos, la sinceridad de su sonrisa, siempre acogedora y receptiva.Aunque profeso la religión católica no soy asiduo a misas ni a actos religiosos.
Sin embargo, jamás me perdía la misa que se celebraba cada año en la fiesta de la Virgen del Carmen, en la playa, sobre la arena, con el fondo azul luminoso del cielo y el verde claro e intenso del mar, orlado por las olas. Un escenario digno de un Soroya capaz de inmortalizar tan ferviente y colorido momento pletórico de tonalidades en un crepúsculo que los del lugar dicen – y lo corroboro – que es único. Un marco idóneo para que don Antonio dejara desgrana su mensaje de paz y esperanza cristiana, sin lecturas, mirando al pueblo con palabras que sólo de aquella manera podrían salir de la profundidad de su alma.
Pero había otra misa, también producto del irrenunciable fervor mariano y marinero de los caleños a la que asistencia era obligada. Es la que se celebra en cada fin de temporada veraniega como tributo a los visitantes que en la estación del estío visita al pueblo. Esta tenía como telón de fondo el túnel y los acantilados, señas de identidad del pueblo. Un prodigio en la tarde que ya columbra en las aguas las primeras irisaciones del otoño.Y su iglesia. Luminosa, sobria, sencilla en trazos arquitectónicos; planta de cruz latina con ventanales con motivos bíblicos policromados que invitan a la oración y el recogimiento. En ella resonaron durante años las prédicas de don Antonio, concisas, claras, certeras como dardos directos al corazón. Sus muros y paramentos impolutos saben del ejercicio de su diaria dedicación a los fieles, guardan en sus recovecos el eco de sus plegarias al Altísimo.
Ahora la Cala del Moral homenajea a su cura predilecto (sábado, día 11). Celebra don Antonio sus bodas de oro con el sacerdocio. Cincuenta años dedicados a una labor espiritual y social meritoria. Leo en los escudos que adornan su efigie al pie de su iglesia que mereció ser: “Legionario de honor”, “Medalla de plata de Pizarra”, “ Hijo adoptivo de la Cala “ “ Padrino de honor”… Me quedo con un distintivo que no figura en la frialdad de la piedra: Hombre de Dios, hombre bueno.
Pepe Becerra
No hay comentarios:
Publicar un comentario